Ministerio Pastoral
Universidad Cristiana Logos
Blog de Estudios
Escrito por: Rubén Posligua Morales MSc.
Parte 1
Llamado por Dios para profetizar a una nación que se ofendía por su mensaje, Jeremías tuvo que hacer frente a un largo ministerio cuyas características continuas fueron la incomprensión y la soledad, la tergiversación y el desengaño.
Desde el principio se acobardó ante aquella tarea, alegando juventud e inexperiencia. Solo siguió adelante bajo la presión de la voz de Dios; deseando a veces huir de la responsabilidad, únicamente se sostuvo por la palabra misma del Señor que le impulsaba.
Llamado en una hora trágica para su pueblo, fue testigo de la sombría culminación de la tragedia; sin embargo, a causa de su ferviente implicación, nunca pudo permanecer al margen como un observador.
Es más, esta es una de las características sobresalientes de su profecía: que el hombre y su mensaje están ligados de manera inseparable. El ímpetu de sus denuncias del pecado, la urgencia de sus advertencias de juicio y sus bondadosas palabras de misericordia, todo ello brota con una gran intensidad de las propias luchas de su alma.
Sin embargo, a pesar de su grandeza espiritual y él es uno de los hombres verdadera mente grandes de las Escrituras, Jeremías era muy humano.
De modo que es como hombre con toda la soledad de su sufrimiento como nos sigue hablando.
A los que se hallan desalentados por la adversidad; a aquellos para quienes la depresión ronda a veces el filo de la desesperación; a los que conocen la profunda soledad de espíritu, Jeremías les habla no solo por medio de su mensaje profético, sino también de sus propias experiencias.
Él tuvo que hacer frente a la incondicional y frustración que suponía determinar la verdadera situación de la nación mientras la gente en general rechazaba sus palabras.
Había abundancia de predicadores populares que, como de costumbre, hacían una estimación superficial del momento y prescribían una solución igualmente fácil. Podemos sentir la amargura en la descripción que hace Jeremías de estos falsos predicadores: Y curaron la herida de la hija de mi pueblo con liviandad diciendo: Paz, paz; y no hay paz Jer. 8:11.
Y lo que empeoraba más aún la situación era que parecía haber una dedicación generalizada a la autocomplacencia: Los profetas profetizaron mentiras, y los sacerdotes dirigían por manos de ellos; y mi pueblo así lo quiso. ¿Qué, pues, haréis cuando llegue el fin? Jer. 5:31.
El perturbar esa autocomplacencia no era nada popular. No resulta sorprendente, por tanto, que la oposición rugiera con aquella furia.
Ni tampoco se trataba solo de una reacción negativa de parte de la generalidad del pueblo, sino que era también el caso de su propia ciudad nativa de Anatot y hasta de los miembros de su misma familia.
Es lamentable saber que la historia se esta repitiendo en nuestro medio, los espero en la conclusión de este Blog para poder entender lo que está pasando en la actualidad.