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Blog de Estudios
Escrito por: Rubén Posligua Morales MSc.
Parte 1
Una vez conversé con un señor que quería aprender más acerca de la fe cristiana. Él dijo que se consideraba cristiano, y quería saber más acerca de lo que implica el cristianismo. Pero me advirtió, “no quiero ser un cristiano nacido de nuevo”.
En algún punto de todo ese despliegue mediático el verdadero significado del concepto nacido de nuevo se oscureció. En consecuencia, existe mucha confusión, incluso dentro de la iglesia, en cuanto a la naturaleza exacta del nuevo nacimiento. El propósito de este pequeño libro es examinar lo que significa nacer de nuevo, tanto bíblica como teológicamente.
Debo hacer notar desde el principio que la frase “cristiano nacido de nuevo”, en un sentido reducido y técnico, es una redundancia. Esto se debe a que, según el Nuevo Testamento, para hacerse cristiano, primero uno debe nacer de nuevo (Juan 3:3–5). Por lo tanto, si una persona nace de nuevo, es cristiana. Por lo tanto, decir que alguien es un “cristiano nacido de nuevo” es como decir que es un cristiano cristiano. El Nuevo Testamento no conoce otro tipo de cristiano.
Además, el término nacer de nuevo es un sinónimo popular del término teológico regenerar. No conozco ninguna iglesia en la historia del cristianismo que no haya tenido una doctrina de la regeneración. Es decir, cada organismo cristiano en la historia de Occidente ha tenido que desarrollar algún concepto de lo que significa nacer de nuevo espiritualmente. Esto se debe a que el concepto no se originó entre los teólogos, comentaristas bíblicos, o predicadores. La idea misma del renacimiento espiritual tiene su origen en las enseñanzas de Jesús. Puesto que los cristianos se identifican como seguidores de Cristo, ellos naturalmente han estado interesados en comprender lo qué dice Jesús al respecto.
El relato de la primera enseñanza de Jesús sobre este tema lo encontramos en Juan 3. Quisiera analizar este pasaje detenidamente para que obtengamos un fundamento sólido para nuestra discusión posterior sobre el nuevo nacimiento.
Juan escribe, “Había un hombre de los fariseos, llamado Nicodemo, prominente entre los judíos. Este vino a Jesús de noche” (vv. 1–2a). Juan nos presenta de inmediato a Nicodemo y nos dice dos cosas acerca de su trasfondo: primero, era fariseo, y segundo, era prominente entre los judíos. Los fariseos eran una secta religiosa conservadora conocida por su estricta obediencia a la ley de Dios. Los “prominentes entre los judíos” eran las autoridades religiosas de Israel. La nación judía estaba bajo la autoridad imperial de Roma y era administrada por un gobernador romano.
Sin embargo, la autoridad religiosa de Israel recaía sobre un grupo de setenta hombres que conformaban un cuerpo conocido como el Sanedrín. Estos hombres eran, en términos generales, el equivalente a los senadores de los Estados Unidos o a los cardenales de la Iglesia Católica Romana. Cuando Juan identifica a Nicodemo como un dignatario de los judíos, claramente está indicando que Nicodemo era miembro del Sanedrín. No todos los fariseos eran miembros del Sanedrín, pero algunos miembros del Sanedrín eran fariseos. Entonces Nicodemo era un hombre educado y poderoso, altamente instruido en teología.
Nicodemo vino a Jesús de noche. ¿Por qué hizo eso? Tengo la sospecha de que Nicodemo estaba levemente nervioso. No quería que lo vieran en público con Jesús, quien era popular entre el pueblo, pero despertaba sospechas entre las autoridades religiosas. Así que fue muy discreto en su primer encuentro con Jesús.
No obstante, Nicodemo llegó con palabras refinadas: “Este vino a Jesús de noche y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él” (v. 2). Es significativo que este anciano de los judíos reconociera a Jesús como un rabí y se dirigiera a él con el respeto reservado a los teólogos. Nicodemo estaba admitiendo que Jesús era un auténtico maestro de la Palabra de Dios. Entonces pasó a declarar que al menos algunos de los líderes judíos reconocían que Jesús era un maestro enviado por Dios, gracias a las señales que hacía. Esta actitud era muy distinta a la de muchos en el grupo de los fariseos. Ellos no tenían una imagen tan positiva de Jesús. De hecho, ellos atribuían sus actos prodigiosos al poder de Satanás (Mateo 12:22–32).
Pero este fariseo rehusó hacer una acusación tan extrema; llegó, más bien, elogiando a Jesús. Era como que le decía, “Jesús, yo reconozco que tú debes ser un maestro enviado de Dios porque ningún hombre podría desplegar el tipo de poder que tú has mostrado a menos que Dios esté autenticando su mensaje”.
Espero que este blog sea de gran interés como es para mí, los espero en la segunda parte y conclusión de este interesante tema.
Bendiciones