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Blog de Estudios

Escrito por: Rubén Posligua Morales MSc.

Parte 1

En el Evangelio de Juan tenemos la vida interna de nuestro Señor de manera expuesta. Jesús habla con frecuencia de Su relación con el Padre, de los motivos por los que es guiado, de Su conciencia del poder y del espíritu en los cuales Él actúa.

Aunque la palabra “humilde” no se encuentra presente, no hay otro lugar en las Escrituras en la que podamos ver con tanta claridad en qué consistía Su humildad. Ya dijimos que esa gracia es simplemente el consentimiento del ser creado de permitir que Dios lo sea todo, en virtud de rendirse a uno mismo de manera exclusiva a Su obra.

En Jesús vemos cómo tanto como Hijo de Dios en el cielo como hombre sobre la tierra, Él tomó una posición de subordinación total y le dio a Dios el honor y la gloria que a Él le son debidas.

Y lo que Él enseñó tan a menudo se hizo verdad en Sí mismo: “…el que se humilla, será enaltecido”. Y está escrito: “Se humilló a sí mismo … Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo …”.

Presta atención a las palabras en las que el Señor habla de Su relación con el Padre y observa cómo de manera incesante hace uso de las palabras “no” y “nada”. El “no yo”, por medio del cual Pablo expresa su relación con Cristo, es el mismo espíritu que afirma Cristo sobre Su relación con el Padre.

“No puede el Hijo hacer nada por sí mismo” (Juan 5:19).

“No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad” (Juan 5:30).

“Gloria de los hombres no recibo” (Juan 5:41).

“Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad” (Juan 6:38).

“Mi doctrina no es mía” (Juan 7:16).

“Y no he venido de mí mismo” (Juan 7:28).

“Y que nada hago por mí mismo” (Juan 8:28).

“Pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió” (Juan 8:42).

“Pero yo no busco mi gloria” (Juan 8:50).

“Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta” (Juan 14:10).

“La palabra que habéis oído no es mía” (Juan 14:24).

Estas palabras nos abren las raíces más profundas de la vida y obra del Señor Jesús. Nos enseñan cómo el Dios Todopoderoso pudo obrar Su redención maravillosa por medio de Él.

Muestran lo que Jesucristo consideró la condición del corazón que se convirtió en Él como el Hijo del Padre.

Nos enseñan lo que son la naturaleza y la vida esencial de esa redención que Cristo cumplió y ahora transmite. Es esto: Él no era nada, de manera que Dios lo fuera todo. Él renunció a Sí mismo, con Su voluntad y Sus poderes, para que el Padre obrara en Él de manera completa.

De Su propio poder, Su propia voluntad y gloria, de toda Su misión con todas Sus obras y enseñanzas, de todo lo que dijo, Él afirmó: No soy Yo, Yo no soy nada. Yo me he dado al Padre para que obre, Yo no soy nada, el Padre lo es todo.

Cristo encontró un gozo y una paz perfecta en esta vida de completa abnegación, de absoluta sumisión y de dependencia en la voluntad del Padre. No perdió nada dándoselo todo a Dios.

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