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Escrito por: Rubén Posligua Morales MSc.

Parte 1

“Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” Mateo 28:18–20.

Aquí la historia de Jesús se funde con la historia de la iglesia. La atrevida llamada a los once discípulos es verdaderamente alucinante cuando uno piensa en sus implicaciones. Pero es que ninguna otra cosa podría estar a la altura de la audaz pretensión de Jesús, quien dijo tener la autoridad final en el cielo y en la tierra, lo cual incluye el dominio sobre el mundo.

Este final triunfante del evangelio sirve de contrapeso a la introducción de Mateo en la que se cuenta la historia de los tres sabios que se postran a los pies del niño Jesús.

Ese notable evento simboliza el mundo bajo la autoridad de Cristo. Ahora él llama a sus seguidores a convertir ese símbolo en una realidad en todo el mundo. De modo que el evangelio acaba con esta llamada de duración indefinida y nosotros todavía estamos viviendo a la luz de esta.

Anteriormente los discípulos habían sido enviados exclusivamente “a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (10:6). Nunca volveremos atrás a ese tipo de exclusivismo, y sin duda el gozo del evangelio es que ya no es para una sola raza o pueblo, pero sirve como recordatorio de que el mundo comienza en casa.

Así que en Hechos 1:8 Jesús insiste que los discípulos llenos del Espíritu comiencen su testimonio en Jerusalén. Cada cristiano debería valorar la realidad de su compromiso con Jesús en función del deseo que tiene de ser un testigo en el contexto de su casa. 

La caridad siempre empieza en el hogar, pero si se acaba ahí desde luego no es de Dios. Jesús exige ser Señor no solamente de nombre sino en verdad. Si él es nuestro Señor, entonces nosotros nunca podemos guardarnos para nosotros una noticia tan revolucionaria.

Reconocer a Jesús como señor, la misión más grande en la historia del mundo comienza para estos discípulos con una genuflexión simbólica. Todo ocurre en Galilea, en una situación fronteriza, considerada siempre casi como una tierra de nadie entre el genuino Israel y el mundo gentil. 

Los cristianos siempre deberían ser los que viven en la frontera, tanto geográfica como socialmente. Nunca se nos llama a vivir en una especie de gueto espiritual, a pesar de que necesitamos desesperadamente acudir a la comunión de nuestras congregaciones para recibir la fortaleza para salir al mundo. 

Pero las puertas de esas iglesias deberían estar abiertas. Somos llamados a vivir en el punto de contacto entre la iglesia y el mundo.

Pero Galilea no era sólo una situación fronteriza; también era un lugar de obediencia. Jesús les había dicho que le esperaran allí y un cristiano siempre encontrará que el lugar de la próxima llamada se produce en aquel punto en el que fue obediente a la última llamada recibida. 

Gracias por llegar hasta aquí con su lectura, los espero en la conclusión de este blog Bendiciones.

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