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Nuestra esclavitud al servicio del Pecado

Escrito por: Rubén Posligua Morales MSc.

El tráfico de esclavos fue general en todo el Próximo Oriente. Los fenicios fueron los mercaderes más importantes de la antigüedad, así como también traficantes de esclavos.

El profeta Amós condenó a Gaza y Tiro por ese tráfico humano (Am. 1:6, 9). Joel arremetió contra Tiro por la venta de judías con gentes del Asia Menor (JL. 3:6).

En el mercado, la venta de esclavos tenía la misma consideración que si de ganado o animales de carga se tratara; no había diferencias jurídicas en estos tipos de transacciones, reguladas por edictos edilicios de magistrados que supervisaban el mercado y cuya labor principal era evitar que el vendedor engañara al comprador.

El vendedor, por ley, debía informar de los defectos físicos, enfermedades, carácter, reputación de la mercancía expuesta, y los detalles quedaban reflejados en los documentos de compraventa, que podían ser utilizados como prueba en caso de dolo o engaño.

La Biblia documenta la existencia de esta condición inhumana y describe cómo se perpetuaba la institución en el mundo antiguo. Un padre podía vender a su hijo o hija como esclavos (Éx 21:7; Dt 15:12).

Cuando un hombre moría endeudado, su familia podía ser tomada como esclava por sus acreedores (2Re 4:1). La esclavitud era el castigo por el crimen específico de robo de una casa (Éx 22:3). Los esclavos eran el botín de guerra (Dt 20:10-18).

Los hijos de los esclavos nacían en la esclavitud humana, la misma circunstancia brutal e indefensa que sufrían sus padres. Con pocas esperanzas de libertad, estaban destinados a vivir y posiblemente a morir como esclavos.

Hoy en día nos consideramos libres, pero nacemos en una ineludible esclavitud en servidumbre al pecado. Como miembros de la raza humana existimos en un mercado de esclavos del pecado, indefensos para redimirnos por nuestra cuenta.

Entramos en el mundo con una naturaleza pecaminosa, separados de Dios e impotentes para establecer una relación con él.

No tenemos forma de emanciparnos del cautiverio de nuestra heredada depravación. Pero el bondadoso plan de Dios para la humanidad ofrece un salvador, un redentor, el Señor Jesucristo, para comprar nuestra libertad del mercado de esclavos del pecado.

Gracias por el tiempo que usted invierte en este blog sea de gran edificación para sus vidas, los espero en la conclusión Bendiciones.

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