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Escrito por: Rubén Posligua Morales MSc.

Parte 1

Así es, con la vida alrededor del hogar, allí escondido, Cristo permanece, perpetuamente encontrado todavía por el ojo sencillo. Que no busca a nadie más. Cuando el yo es tallado y moldeado hasta ya no ser encontrado, el yo perece en Su cruz; Los hermosamente liberados de todo lo vil alrededor, sin ganancia más que esta bendita pérdida. Entonces, sólo Cristo queda, las cosas anteriores han muerto para siempre; y el corazón a Él le canta con alegría durante todo el fatigoso día. Por H. Suso.
Hay una manera más inteligente de mantener la perspectiva cristiana de la que se habla en nuestros días como “de otro mundo”.

El destino del hombre reposa más allá de esta vida de libertad condicional, y con respecto a este gran problema el Maestro nuestro Señor Jesús, siempre está trabajando, enseñándonos las lecciones de su amor.

Sin embargo, eternamente ha sido la gloria del cristianismo su intensa practicidad, llegando a cada aspecto de la vida presente con sanidad y belleza, endulzando todos los torrentes, purificando sus fuentes. Con base en este ensayo y en los siguientes, estudiaremos el efecto del discipulado en las relaciones usuales de la vida.

Debido a su sobresaliente importancia, comenzaremos con el Hogar. Pues no hay algún aspecto en la vida que nos presenta este mundo tan ocupado que se encuentre más en riesgo de ser abandonado, que el Hogar, y ciertamente es el aspecto del cual menos podemos darnos el lujo de descuidar.

No hay servicio para Dios de colosal valor que la vida en el hogar, y tampoco tenemos el derecho a descuidarla alegando una gran cantidad de compromisos externos.

El hogar del discípulo debe llevar al crecimiento en la gracia, o puede ser todo lo contrario, y por su puesto la tarea será variable de acuerdo con esto.

Consideremos primeramente el gran ideal del hogar cristiano presentado en el Nuevo Testamento, para posteriormente realizar aplicaciones particulares del mismo.

Para el seguidor de Cristo, hay algunos principios básicos e inalterables que alcanzarán y modificarán todas las relaciones en el hogar. Consideremos primeramente estas.

1. En primer plano se encuentra la Nueva Autoridad. El maestro ha reclamado una supremacía absoluta e inconmovible sobre la vida. Esa condición inicial del discipulado ahora está presente en cada cuestión, y no puede ser modificada, no, ni por un solo instante.

Esta autoridad es la que establecerá los ideales de la vida, y declarará el estándar de acción cada día en todos los asuntos grandes e importantes, pero también en los detalles más simples y triviales de cada momento. Además de convertirse en el indicador y la medida de toda gobernabilidad. La rectitud o cualquier regla de vida impuesta al discípulo por cualquier otra persona debe ser aprobada por la Voluntad del Maestro.

De modo que mi obligación con cualquier persona como discípulo está limitada o potenciada por mi deber supremo con Jesús. La responsabilidad con Él es mayor de aquella de parte de la esposa al esposo, de los hijos a los padres o de los esclavos a los amos. Todas estas relaciones son válidas, pero le pertenecen primeramente a Él, y si alguna de esta entra en conflicto con esto, debe ser sacrificada, para cumplir con este propósito.

2. Posteriormente aparece la Nueva Actitud hacia los demás. La relación del discípulo con Cristo, como lo hemos visto anteriormente, es de por vida. Considerando esta vida como la vida en Cristo, y lo que hay en ella debe convertirse en la fuerza gobernante que le dé sentido a mis sentimientos y acciones con los demás. Su vida es amor. Esa vida, que mora en mí, crea una disposición para amar a todos.

El viejo esquema de la vida era la única importancia de sí mismo, y todos los demás intereses dependían de esto, y todas las demás personas eran amadas o rechazadas según favorecieran o interfirieran con este objetivo. Ahora, con el amor reinando, cada uno “considera a los demás como superiores a sí mismo”, y la consideración de las necesidades de los demás se convierte en el cimiento de la vida.

La luz de la presencia de Cristo revelará las deficiencias en mí mismo, y la hasta el momento desconocida excelencia en los demás. Entonces la actitud del discípulo se volverá la misma que la del Señor, la actitud de quien no espera ser servido, sino servir, y llevar la copa de agua al sediento será el gozo de cada día, no quedaremos en espera de oportunidades como esta, sino que las buscaremos.

Espero que esta radiografía realizada en nuestro interno, privado e importante hogar nos ayude a mejorar nuestra comunión, los espero en la conclusión de este tema importante, Bendiciones.

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