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Blog de Estudios

Escrito por: Rubén Posligua Morales MSc.

Parte 1

La esclavitud es una condición reconocida en el Pentateuco, en virtud de la cual una persona se ve privada de libertad, al menos por un período de tiempo, al estar sujeto a un amo con vistas a que éste pueda beneficiarse del trabajo del esclavo.

La esclavitud puede ser voluntaria, en cuyo caso se suele considerar al esclavo como propiedad del amo y, como tal, puede ser comprado y vendido. Según la legislación del Pentateuco, la esclavitud forzada perpetua se aplica tan sólo a los no israelitas.

Para los israelitas la esclavitud también puede ser voluntaria, como en aquellos casos en los que acuerdan trabajar para otros israelitas durante un tiempo limitado para pagar deudas o para sobrevivir a la pobreza y la miseria.

Ahora bien, dado que Dios sacó a los israelitas de la esclavitud en Egipto para servirle solamente a él como señor, ellos tienen prohibido condenar a otros israelitas a la esclavitud perpetua, como era el caso en el resto del antiguo Oriente Próximo.

La esclavitud perpetua se permite únicamente en el caso de un gentil que esté sujeto a un hebreo. La identidad de los israelitas como pueblo redimido de la esclavitud tiene consecuencias directas sobre las formas de esclavitud que existían en Israel y el trato que dispensaba a sus esclavos, tanto a los esclavos-mercancía (chattel slaves) gentiles como a los siervos (bondservants) hebreos.

Entonces Jesús decía a los judíos que habían creído en Él: «Si vosotros permanecéis en mi palabra, [entonces] verdaderamente sois mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». (Jn 8:31-32).

Jesús compartía esto con los creyentes cuando un grupo de espectadores comenzó a discutir con él. Estos observadores eran fariseos y escribas, miembros de la jerarquía religiosa de Israel.

Estaban acosando a nuestro Señor, aprovechando cada oportunidad para criticarlo y difamarlo. No pudieron resistir esta oportunidad para despreciarlo: Jesús afirmaba hablar la Palabra de Dios (Jn 8:28b). Su verdad era la libertad de la esclavitud del pecado y el punto de vista humano. Los fariseos no creyentes malinterpretaron el sentido.

Ellos le contestaron: Somos descendientes de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis libres”? (Jn 8:33)

Los antagonistas religiosos de Jesús respondieron con el alarde: Somos descendientes de Abraham. Los fariseos se regodeaban con orgullo de su linaje. Eran altivos por su herencia. ¿Acaso no descendían de uno de los más grandes siervos del Señor? ¿No era eso prueba suficiente de su valor espiritual?

Los fariseos y los escribas confiaban en su relación genética con Abraham. Seguramente el cielo nunca excluiría a la descendencia de Abraham. La siguiente declaración pomposa revela su visión distorsionada de la realidad: Nunca hemos sido esclavos de nadie.

Gracias por vuestro tiempo que invierte en leer este blog, espero este tema sea de ayuda y de Bendicion para su vida y ministerio, los espero en la conclusión.

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