Ministerio Pastoral
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Blog de Estudios

Escrito por: Rubén Posligua Morales MSc.

Parte 1

Hay una gran seguridad en la salvación del Señor. Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo, y Su decisión permanece. El Espíritu Santo nos ha hecho nacer de nuevo, y no hay ningún medio por el cual podamos destruir la vida que Él nos ha dado.

Cada creyente ha sido crucificado con Cristo, y en ninguna parte de las Escrituras encontramos una manera en que esto pueda ser revertido. Todos los que han creído en Jesucristo son justificados, y ninguna obra del hombre o Satanás puede revocar el veredicto de Dios. Jesús ejerce el cuidado soberano sobre todo Su pueblo.

Los que están en Sus manos no pueden ser arrebatados de Él. Sin embargo, a pesar de la seguridad de nuestra salvación y nuestra posición ante Dios a través de Jesucristo, aún podemos encontrarnos en problemas cuando nos alejamos de la esperanza del evangelio.

Y usualmente nos alejamos. Mientras que el alejarse puede venir en forma de ceder a la inmoralidad, más a menudo se enmascara como una especie de cristianismo. Para muchos, la vida cristiana está impulsada por una precisión doctrinal.

Bien podemos valorar nuestro legado confesional y ver la importancia de una teología sólida, pero esto puede convertirse en el objetivo por el que nos esforzamos, mientras perdernos la conexión de toda la teología con el evangelio.

El conocimiento a menudo se «hincha» y nuestro orgullo nos lleva a tener más convicción en nuestra doctrina que en el evangelio. Algunos cristianos basan su vida espiritual en las emociones: esas intensas agitaciones del corazón que a menudo están conectadas con las verdades profundas de Dios. Pero mientras que las verdades de Dios nunca cambian, nuestras experiencias sí. Y cuando los sentimientos no están ahí, nuestra fe termina en crisis.

Al encontrar confianza en nuestras emociones, nos alejamos de lo que debería ser nuestra única esperanza en la vida y en la muerte. Muchos de nosotros perdemos de vista el evangelio mientras nos enfocamos en nuestras propias obras y en lo bien que lo estamos haciendo espiritualmente. Al medirnos en base a estándares autoimpuestos, creemos que somos fuertes o débiles, pero en cada caso encontramos la solución en hacer nuestro mejor esfuerzo, en lugar de la obra de Cristo.

Fundamentalmente, el evangelio es olvidado cuando ya no funciona como nuestra esperanza y confianza permanentes delante de Dios, o cuando llega a perder su importancia para el diario vivir de la vida cristiana. El evangelio que a menudo olvidamos debe ser reclamado y retenido por el bienestar y seguridad de nuestras almas, y esto se logra predicándonos el evangelio a nosotros mismos.

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